sábado, 8 de febrero de 2014

Augusto Castro. Libro "La filosofía entre nosotros".

La filosofía entre nosotros
 
Por: Jorge Paredes

A lo largo del libro se rescata la originalidad del pensamiento peruano que reproduce de manera particular las ideas surgidas en Europa. ¿Qué le da unicidad a estos cinco siglos de filosofía en el Perú? El libro parte de la hipótesis de que hay filosofía entre nosotros. Augusto Salazar Bondy intuyó esto y desarrolló su “Historia de las ideas en el Perú contemporáneo”, aunque no habló exactamente de filosofía sino de ideas. Yo creo que en la Colonia nuestra escolástica no fue necesariamente europea o medieval, sino tuvo variantes. La escuela de Juan de Espinoza Medrano, el Lunarejo, trata de afirmar las ideas de Platón con argumentos aristotélicos, una mezcla interesante que expresa lo que somos, quijotes y sanchos a la vez. Idealistas y pragmáticos. Recogiendo estas ideas uno puede entender por qué después los ilustrados peruanos pensaron como pensaron.

Que no eran iguales a los ilustrados europeos…
Eran más cercanos a estos escolásticos latinoamericanos porque eran católicos y el liberalismo europeo era anticlerical. Nuestros liberales eran profundamente cristianos, pero a la vez pragmáticos. Hay argumentos de Unanue, de Baquíjano, de Vizcardo y Guzmán, que muestran una preocupación por los problemas sociales, el tema del indio, por cómo construir una cultura de libertad en un mundo lleno de esclavos. En el libro solo he tratado autores fallecidos, y debo reconocer que filósofos, como Francisco Miró Quesada C., María Luisa Rivara de Tuesta, David Sobrevilla, son fundamentales para construir una filosofía contemporánea. Pero la filosofía es también mirar hacia atrás, como el búho de Minerva, que aparece en la noche, piensa en el día que pasó y sin quererlo anuncia el amanecer. Lo que he hecho es voltear hacia los quinientos años y ver lo que tenemos. Y descubro, por ejemplo, que hay escolasticismo y barroquismo en nuestra forma de pensar desde la colonia.

¿Lo barroco ha caracterizado el pensamiento peruano, a nuestra cultura?
Sí, se expresa en el arte, en nuestra forma de hablar. Esto viene de España pero también del Ande. Por ejemplo, el tema de la patria. Los ilustrados criollos hablaban de la patria como la tierra que los vio nacer. Esa es una definición muy andina. El indio se siente vinculado a la tierra como algo vivo, eso no es español. Cada valle en el Perú es un pueblo y esto ha hecho que veamos la tierra de manera distinta. Hay un vaivén entre idealistas y pragmáticos en el pensamiento peruano.

El libro recupera a personajes poco estudiados como Jorge Polar, a quien ubica como un elemento clave entre el siglo XIX y XX.
Decía que nuestros liberales no eran estrictamente liberales, y nuestros positivistas también fueron especiales. El positivismo afirmaba un proyecto social, donde lo individual no existía. Pero aquí Sebastián Lorente era un positivista católico, lo cual ya era una contradicción. Manuel González Prada era a la vez anarquista e individualista. Y ahí aparece Jorge Polar quien cuestiona todo esto. Él era un ilustrado, luego fue positivista, después devino en espiritualista y acabó siendo pragmático. En su vida pasó por todo. Él abrió las puertas del siglo XX a gente como Alejandro Deustua, Francisco García Calderón, Mariano Iberico, Pedro Zulen, que son idealistas y prácticos a la vez.

Otros nombres importantes son Alejandro Deustua y Augusto Salazar Bondy
Deustua rompe con el positivismo y busca construir un pensamiento nuevo, una estética de la libertad. Augusto Salazar Bondy nos permite una comprensión más cabal de lo que es nuestra filosofía. Salazar dice que la filosofía que habíamos tenido hasta entonces no había enfrentado directamente los problemas del Perú y se había quedado en el aire. Él reclamaba una filosofía comprometida, que fuera un instrumento para la transformación de la realidad. Lo importante es que estos hombres construyeron sus ideas y pensaron que podían señalar caminos hacia el conocimiento, es decir sobre qué significa hacer filosofía en el Perú.


Fuente: El Dominical de El Comercio 7/06/09

Augusto Salazar Bondy: intelectual público, filósofo y pensador de la educación.

Augusto Salazar Bondy

Mirko Lauer

Hace pocos días se cumplieron 40 años del fallecimiento de Augusto Salazar Bondy, intelectual público, filósofo y pensador de la educación destacadísimo. Su Historia de las ideas en el Perú contemporáneo (1965) es todavía una de las pocas obras disponibles en su género. Junto a ella hay una larga lista de trabajos en una carrera del pensamiento.
 
La gama de sus intereses filosóficos fue amplia. Desde el pensamiento Hipólito Unanue hasta el de Ludwig Wittgenstein, pasando por el de Gastón Bachelard. Pero su esfuerzo central lo dedicó al pensamiento filosófico peruano, al cual siempre vio como parte del latinoamericano. También en el terreno del método sus aproximaciones fueron variadas.
 
A fines de los años 50 participó en la fundación del Movimiento Social Progresista, a cuyo comité directivo perteneció a lo largo de la vida del partido. Es el inicio de un proceso ideológico que lo llevaría hasta la vicepresidencia de la Comisión de Reforma de la Educación y a presidir el Consejo Nacional de Educación durante el velasquismo.
 
David Sobrevilla, un destacado discípulo suyo, resume la idea central de Salazar Bondy en este tiempo como la descripción de la filosofía latinoamericana, y por extensión peruana, como un pensamiento afectado por la dominación, y en esa medida inauténtico. Incluso Salazar Bondy habla de un carácter imitativo de la cultura en la región.
 
A mediados de los años 60 fue un decidido promotor de la Facultad de Estudios Generales en la Universidad de San Marcos, una modernización que en ese momento fue intensamente resistida por la izquierda radical, que la consideraba un argumento imperialista. Por esos mismos tiempos participó en la formación del Instituto de Estudios Peruanos.
 
Salazar Bondy pertenece a la última generación de personas que en este país mantuvieron una actuación prominente desde el campo de la filosofía. Que fueron, digamos, filósofos profesionales antes de ser personas de todos sus otros intereses y actividades. Gustavo Gutiérrez o Francisco Miró Quesada Cantuarias son otros dos nombres que vienen a la mente.
 
Las ideas propuestas por Salazar Bondy sobre la condición alienada de la cultura peruana, y dentro de ello de una parte de su población, mantienen vigencia, y carga polémica. Los modernos trabajos de Aníbal Quijano sobre la colonialidad del pensamiento (no solo en el Perú) tienen una obvia relación con lo que escribió Salazar Bondy en su momento.
 
En efecto, el valioso pensamiento de Salazar Bondy mantiene una evidente actualidad. Que su matriz disciplinaria sea la filosofía no ayuda a su difusión en un tiempo marcado por las ideas instantáneas. Que sus difusores hayan sido a su vez filósofos, y dentro de ello académicos, tampoco ha ayudado mucho.

Fuente: Diario La República. 08 de febrero del 2014.

martes, 28 de enero de 2014

Guillermo Rochabrún. La retórica de la desigualdad


La retórica de la desigualdad*
 

Guillermo Rochabrún Sociólogo
 
Antonio Berni, Manifestación (1934).

¿Por qué hacemos nuestro el valor de la igualdad? Porque creemos interpretar un reclamo histórico largamente sostenido y postergado [...] al mismo tiempo que la igualdad respira, como valor positivo, en la memoria histórica de la región, se ha visto sistemáticamente negada por esa misma historia. […] la igualdad recorre […] una modernización hecha sobre la base de la peor distribución del ingreso del mundo. […] se ha deteriorado el mundo del trabajo y se ha segmentado el acceso a la protección social [...] Y sin embargo, cuanto más nos recorre la desigualdad, más intenso es el anhelo de igualdad […]
ALICIA BÁRCENA
1

La igualdad abstracta

La desigualdad es denunciada por doquier; acusada de todos los males: desde la injusticia hasta la conflictividad social, y así se construye el conocido escenario de víctimas y victimarios, de héroes y villanos. Sin embargo, luego de revisar someramente publicaciones recientes hechas en el país en este campo, pienso que es una problemática falaz, pues carece de todo contenido preciso, y se define como lo contrario de un imposible: la igualdad abstracta. Porque, ¿a qué igualdad se alude —implícitamente— al hablar de desigualdad? En verdad, a ninguna; ello produce una fatal indeterminación, pues todo puede ser visto como desigualdad.


Esta retórica nos viene de una agenda dada por el mundo occidental moderno, que se autoimpuso una ideología de homogeneidad, y que —si obviamos sus costos— fue en gran medida exitosa: un mundo encerrado bajo el Estado-Nación, donde una verdad oficial se imponía sobre diferencias políticas y económico-culturales, incluyendo las religiosas. Éstas pasaron a un plano muy secundario y/o fueron sustancialmente silenciadas. Autodefiniéndose estas sociedades desde los individuos, fueron reconocidas solamente las diferencias que aparecían como cuantitativas, cada vez menos de tipo adscrito, y crecientemente de tipo adquirido, por lo que pasaron a verse como desigualdades. Es decir, no se trataba de diferencias constitutivas sino contingentes, variables a lo largo de las generaciones y pasibles de reducción, si no de eliminación. Para demostrarlo, ahí estaría el Estado de Bienestar.

En una sociedad como la peruana, las condiciones son marcadamente otras; una sociedad constituida por segmentos, donde uno estaba claramente subordinado al otro en los campos productivo, político y religioso. Hablar entonces de “desigualdades” esconde que en verdad tenemos brechas, abismos de poder, exclusión, segregación, lógicas productivas disímiles, distancias inmensas en fuerzas productivas, etcétera. Es construir un imposible horizonte de igualdad para entender el pasado y el presente, e imaginar una meta que no guarda relación alguna con las posibilidades reales.

La distancia que media entre estos planteamientos teóricos y las realidades de un país como el Perú, de por sí históricamente constituida sobre una dominación colonial, muy heterogénea, y además en profundo cambio y crisis en los últimos 70 años, es inmensa. Por eso encontramos hoy todo tipo de dificultades para vincular una problemática así definida con los entrampamientos del crecimiento económico, o con la conflictividad social actual. He aquí un ejemplo de este horizonte de igualdad abstracta:

Una niña de la selva rural […] tiene cuatro veces menos probabilidades (0.2) de acceder a servicios de agua potable que un niño que reside en Lima Metropolitana (0.9), en razón de su género, lugar de residencia, el nivel educativo y los ingresos de los padres y el grupo étnico al que pertenece. Lo mismo ocurre con el acceso a otros servicios básicos. Los niños y niñas que enfrentan cierto tipo de circunstancias, como ser mujer y haber nacido en zona rural o ser hijos de padres de pocos recursos y con un bajo nivel educativo, resultan claramente desfavorecidos en el acceso a servicios educativos, agua potable, saneamiento adecuado y electricidad.2

Sin embargo, la niña de la selva rural no dice “mis probabilidades de acceder a servicios de agua potable son cuatro veces menores a las de un niño de Lima. ¡Qué injusticia!”. (Muy posiblemente tampoco lo dirán sus padres.) A mi modo de ver, el problema está en quién hace este planteamiento: un hispanohablante con formación universitaria, de clase media, de procedencia urbana y moderna, que desde una mirada relativamente equidistante de los extremos tiene algún conocimiento de cómo viven “los de arriba” —lo que generalmente escapa del acervo y del juicio de “los de abajo”, y participa de una concepción igualitarista que supone un “nosotros universal”.

Fuera de estas premisas, el argumento sobre la niña selvática rural carecerá de inteligibilidad, o cuando menos de pertinencia. El problema es que creamos así un horizonte de igualación imaginario, además de abstracto y ficticio, propuesto desde un patrón urbano, moderno y de clase media. En cambio, lo pertinente sería, en este caso, preguntarse dónde aspirará esta niña a vivir en su adultez, con quiénes, bajo qué condiciones, y qué requerirá para ello. Lograr, así, que esta población alcance niveles de vida superiores a los que tiene actualmente. Pero esto nos coloca en un escenario muy diferente a la igualdad abstracta.3 

Esta visión se ha hecho pública y hegemónica, aunque no sin arduas disputas. Hegemónica significa que gana consenso y se convierte en una suerte de “visión oficial”; es decir, la política la ha hecho suya. Pero podrá verse el cúmulo de supuestos y operaciones intelectuales que es preciso activar para que tal planteamiento —al que llamaremos “igualitarismo”— tenga sentido.

¿De qué juego se trata?

Téngase presente que la problemática de la igualdad/desigualdad, si bien no hace parte del liberalismo, habla su mismo lenguaje: una sociedad de individuos que, al ser agregados, forman distribuciones. De esta manera coloca a todos, de facto, en una suerte de competencia universal, tan dramática como inexistente, en la que cada cual compite con todos los demás. Se descubre entonces que en la carrera hay una gran desigualdad entre el tamaño, la nutrición y el entrenamiento de los competidores. Más aún: mientras más ventajas iniciales han acumulado, han sido colocados bastante más adelante que los demás.

La pregunta es si la vida de los unos y de los otros en verdad consiste en tal carrera. Es decir, existiendo todas las diferencias mencionadas, ¿qué pasaría si la carrera fuese entre los relativamente iguales, y que con los otros se tratase de construir interdependencias selectivas, o de alejarse lo más posible? El problema es que desde la retórica de la desigualdad no existen otros vínculos que la gran carrera, de modo que lo que está en juego es ella, solamente ella, y en condiciones abrumadoramente desiguales.

Muy de otra manera, en Los caballos de Troya de los invasores (Lima: IEP, 1987), Jürgen Golte y Norma Adams mostraron que mientras en los barrios periféricos los migrantes no pagan alquiler y cuentan con el apoyo de una familia extensa, los migrantes de clase media tienen que pagar por la vivienda y a una empleada doméstica. Es decir, ambas familias cuentan con muy distintas estructuras de gasto. Pero no se trata de hacer un inventario de ventajas y desventajas, pues eso sería colocarlos en esa carrera que podría no ser sino una invención nuestra. Antes bien, la migrante del pueblo joven podría ser la empleada doméstica de la familia migrante de clase media, y la relación no sería de competencia sino de interdependencia, más o menos conflictiva. Es decir, esta interdependencia puede congregar todo tipo de jerarquías, prejuicios, discriminaciones, exclusiones. Hacerles frente es algo que solo de manera muy pálida podría expresarse invocando solamente la “igualdad”.

Veamos un ejemplo macrosocial: el sistema educativo y su relación con el mercado laboral y la economía en general. Por supuesto, la migración hacia las ciudades —ya no solamente Lima— es el fenómeno por excelencia. El escenario que enfrentarán los migrantes será, fundamentalmente, competitivo; en consecuencia, deberán estar lo mejor preparados que sea posible para competir. Pero ¿para competir con quiénes? No en una llanura horizontal donde entrarán todos, sino en nichos, muy segmentadamente. La diferencia y la igualdad socialmente significativas se darán al interior de cada nicho. A su vez, cada uno de ellos está situado en un marco de desigualdades-brechas de un orden mucho mayor, que abarca al conjunto; pero, nos guste o no, ¿está este orden cuestionado colectivamente en forma significativa? Lo paradójico es que, tomada a la letra, la retórica de la desigualdad tampoco lo hace, y antes bien —¿sin darse cuenta?— aspira a esa utópica competencia universal; es decir, a una utopía de cuño ultraliberal que los verdaderos ultraliberales jamás asumirán.4

La distancia que media entre los planteamientos teóricos y las realidades de un país como el Perú, de por sí históricamente constituida sobre una dominación colonial, muy heterogénea, y además en profundo cambio y crisis en los últimos 70 años, es inmensa.


Desigualdad y conflicto

Cuando se llega a este nivel de simplificación, nos encontraremos haciendo afirmaciones que ligan la desigualdad con la frustración y el conflicto. Veamos un ejemplo:

[…] estamos en un proceso de generación de tensiones entre lo que la economía está ofreciendo a la gente y lo que la educación y la salud están permitiendo a esa misma gente en términos de aumento de expectativas, de aspiraciones y de conciencia de la propia dignidad. Para un proceso pacífico de progreso, reducir la desigualdad económica se convierte, pues, en un asunto capital.5

¿Es esto cierto? El argumento afirma un curso de frustraciones en ascenso: pero ¿está dándose?, ¿hay algún estudio al respecto? Con el actual patrón de crecimiento puede haber fuentes de frustración; pero debe haber también fuentes de “gratificación”, que la retórica de la desigualdad ignora por completo. Por ejemplo, ¿qué significa el incremento del comercio minorista en zonas y ciudades bajo modalidades que antes no existían, la generalización de tarjetas de crédito, celulares y el acceso a Internet entre las capas “C” para abajo, tanto en grandes ciudades como en zonas calificadas de “rurales”? En medio de ellas, e incluso debido a ellas, también pueden crecer sentimientos de insatisfacción —con lo obtenido puedo ver mejor lo que me falta—, pero falta estudiar su carácter: indagar en qué tipo de prácticas puede convertirse y en cuáles no. 6

Es más lógico pensar que los conflictos emergen, más que de la desigualdad, de la conciencia de la carencia. No basta que la carencia exista: debe ser percibida, y sufrida, como tal. Pero para ello no se requiere de noción alguna de igualdad. Solo se necesita saber que para tal carencia hay una salida posible, y que uno se siente con derecho a ella. Es decir, es la conciencia de tener derechos; de ser igual a quien sí los puede ejercer. Pero no será sino esa igualdad lo que estará en juego. Si ese camino entraña igualaciones de facto ello puede tener una importancia muy variable para los demandantes, pudiendo ellos ser totalmente ajenos a las preocupaciones igualitaristas de los estudiosos. Esto es más probable sobre todo en un contexto político como el actual, carente de grandes temas ideológicos.

Lo que podemos asumir, confiando en las cifras que los especialistas manejan, es que el capital ha crecido en términos absolutos y relativos, mientras que los recursos del trabajo más los del microindependiente han decrecido en términos relativos, aunque puedan haber crecido per cápita en términos absolutos. En otras palabras, los ricos se estarán haciendo más ricos (que antes); pero no necesariamente los pobres serían más pobres (que antes).

¿Vivimos una explosiva conciencia de desigualdad?

Reiteradamente se ha vinculado la publicidad dada a cifras de inversión, tasas de crecimiento, reducción de la pobreza, etcétera, con la elevación de expectativas, y a ello con el desarrollo de la conflictividad social. Sin embargo, no hay ninguna información que corrobore tal vínculo. Lo que sí se conoce relativamente bien es la proliferación de demandas de poblaciones locales ante inversionistas privados, por el acceso a recursos, empleo o servicios y beneficios diversos; pero ello está en un mundo totalmente aparte de las cifras agregadas sobre desigualdad.

Téngase presente que un nexo entre las cifras de bonanza y la conflictividad social implica: a) una ciudadanía informada, b) que evalúa críticamente la información, c) que está organizada, d) que puede traducir dicha información en demandas específicas de redistribución, y e) que puede pasar de estas demandas a acciones estratégicamente articuladas. ¿Se cumplen estos supuestos para la población desfavorecida? Pareciera que no. La pregunta es, entonces: ¿Hacia dónde mira esta población?: ¿hacia “los de más arriba”, o hacia sus vecinos?; ¿qué vivencias provoca esta comparación? Muchos de los actuales conflictos tienen lugar entre iguales —por ejemplo, entre poblados aledaños—, o entre empresas y las comunidades del lugar; no es la desigualdad lo que está en juego en tales casos. Lo que menos aparecerá —si acaso alguna vez— serán conflictos referidos a las desigualdades extremas: aquéllas que solo son visibles para investigadores académicos y funcionarios, para quienes son las que más inquietan. Y lo que con más probabilidad estará en el imaginario de la gente no será la disminución de las desigualdades entre los extremos, sino el incremento de sus posibilidades de vida.

Porque, ¿saben los pobres cómo viven los ricos?; ¿saben cuánto “ganan”? En todo caso, ¿les preocupa?, ¿les indigna?, ¿les subleva? ¿Les hace surgir sueños, motivaciones? ¿Cómo es con los hombres?, ¿y con las mujeres?, ¿con los adultos, los jóvenes y adolescentes?; ¿en el corto y el largo plazo? ¿Las vivencias así generadas están en el origen de algún conflicto, de alguna movilización? La respuesta no es obvia; el caso es que no lo sabemos, pues no está en ninguna agenda de investigación. Pero hace un cuarto de siglo, al filo de la mayor crisis económica que hayamos vivido los contemporáneos, observaba Antonio Zapata:

Si se revisan las fachadas de las casas terminadas de Villa El Salvador […] se encontrará que sus elementos son […] el mismo modelo arquitectónico de la clase media, adaptado a las condiciones de pobreza, con mantención de sus elementos más significativos. […] una casa no solo expresa la condición de sus moradores, sino también las ilusiones sociales de éstos. […] el intermediario cultural es el albañil […] quien ha levantado las casas de clase media […] quien […] se transforma en el agente principal de la conformación de una ideología urbana presidida por el modelo del chalet.7

Sin embargo, la retórica de la desigualdad no piensa en el “grupo de referencia” de Merton, sino en el “efecto demostración” de Duesenberry, agregándole que mostrar bienes de consumo no alcanzables incrementaría automáticamente la frustración y el conflicto.

De ahí que en esta retórica surja la pregunta: “¿Cuánta desigualdad resiste la democracia?”. Es una pregunta afín a una proposición hoy abandonada: a más pobreza, más violencia.

La igualdad como reduccionismo

En La hora de la igualdad, la CEPAL (Santiago de Chile: CEPAL, 2011) propone una agenda centrada en la igualdad, por las siguientes razones:

1) Promueve un mayor sentido de pertenencia a la sociedad y, con ello, cohesión social.

2) A su vez, la integración así lograda es condición para que la sociedad sea más productiva y con mayor “convergencia productiva”. Oportunidades más igualitarias de educación y empleo formal permiten mayor productividad y competitividad, y recursos fiscales para la inversión productiva y la protección social. La igualación en acceso a salud y nutrición reduce costos asociados a enfermedad y desnutrición; finalmente, una mayor equidad probablemente [cursivas agregadas GR] se traduce en menores costos de seguridad ciudadana, y en una mayor calidad de la democracia.

3) Todo lo anterior da mayor igualdad en voz y visibilidad política, incrementa la capacidad de participación, diálogo, voto informado. Grupos antes excluidos pueden ahora incidir en la redistribución de recursos y universalización de prestaciones.

4) Es un referente normativo para orientar la acción pública hacia la reducción de la vulnerabilidad, acrecentada por la financiarización de la economía (pp. 43-44).

Todo esto quizá esté moralmente muy bien, aunque sociológicamente sea sumamente especulativo. Pero al margen de ello, ¿por qué reducir todo a una cuestión de “igualdad”? Las situaciones aquí referidas evocan inclusión, empoderamiento, participación. Fortalecen a colectividades que pueden entrar en una relación de equilibrio con otros agentes, incluyendo al Estado. Pero colocar todo bajo el manto de la igualdad distorsiona y empobrece la visión de la realidad.

Sin duda, hay campos en los que la desigualdad, tal como se entiende en forma convencional, tiene sentido social y político: ahí donde estamos ante diferencias de grado que, formando un contraste o un continuo, son percibidas por los sujetos, y están dispuestos a enfrentarlas. Pero en muchos otros no se cumplen estas condiciones, y estamos ante otros fenómenos tanto o más problemáticos: brechas, discriminación, exclusión, etcétera. Ahí no está en juego igualar, sino cambiar estructuras (¿alguien se acuerda del término?); lograr la superación de individuos y sujetos colectivos, sin estar comparándose con nadie. En esos casos no es la igualdad lo que está en juego, sino la estructura del poder.
 
 
 
*Estas ideas fueron expuestas en un seminario sobre desigualdad organizado por la doctora Narda Henríquez el año 2012 en la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

1 “Prólogo” a CEPAL: La hora de la igualdad. Brechas por cerrar, caminos por abrir, p. 13. Lima, 2011.
2 Manrique, Arturo: “El soroche de Bill Gates”, 28 de febrero del 2012. En: <http://www.coeeci.org.pe/wordpress/? p=4015>.
3 Podría reemplazarse esa problemática por la de la superación. Ahí la comparación de las unidades significativas sería básicamente consigo mismas, incluyendo sus relaciones concretas, reales, efectivas, con otras unidades. Es decir: cómo van cambiando en el tiempo sus nexos con los “otros”.
4 Se afirma que no se puede crecer a largo plazo con los actuales niveles de la educación pública. ¿Pero es que el problema de la educación para el crecimiento económico consiste en las inmensas desigualdades educativas, y su solución en eliminarlas? ¿O se trata, para los empleadores, de obtener fuerza de trabajo con la calificación específica para una demanda muy concreta?
5 Iguíñiz, Javier: “Comentario a Rosemary Thorp: Razones de la desigualdad”, en Gonzales de Olarte, Efraín (editor), op. cit.
6 Véase, por ejemplo, el artículo de Alfredo Torres “La paradoja del crecimiento infeliz”, en <http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-12-02/la-paradoja-...
7 Zapata, Antonio: “Los pueblos jóvenes ante la modernidad de Lima”. Márgenes: Encuentro y debate número 2, p.117. Lima, octubre de 1987. Cursivas agregadas.
Fuente: Ideele Revista Nº 229

domingo, 10 de noviembre de 2013

Libro “Tempestad en los Andes” de Luis E. Valcárcel.

(a) Luis E. Valcárcel en Buenos Aires (Argentina) en 1923. (b) Valcárcel fue el primer peruano que escribió un libro sobre Machu Picchu, al ser uno de sus primeros investigadores. Aquí se encuentra con Julio C. Tello, el Padre de la Arqueología Peruana, en 1935, en la Ciudadela Inca.

Al grito de “La tierra es nuestra”

A 122 años del nacimiento de Luis Eduardo Valcárcel, aparece la edición facsimilar de “Tempestad en los Andes” de la primera edición, de 1927, editada por Minerva, y con el prólogo del “Amauta” José Carlos Mariátegui y colofón de Luis Alberto Sánchez.

Edición facsimilar de “Tempestad en los Andes” aparece con prólogo de Rodrigo Montoya, quien rescata las originalidades de esta obra de Luis E. Valcárcel.

El libro también contiene el prólogo escrito por el propio autor a 44 años de aparecida su obra (45 años al publicarse), y se nutre nuevamente con uno escrito por el antropólogo Rodrigo Montoya, este año, a propósito de esta edición del Ministerio de Cultura, con la que la Institución quiere honrar a uno de los más interesantes pensadores del siglo pasado.

Si en 1927 Mariátegui y Valcárcel vislumbraban la posibilidad de que estallara una tempestad de cambio en los Andes, en 1972, a 45 años de escrito el libro, el mismo autor habló sobre la tempestad que no llegó, pero remarcó el “aluvión humano” que “cayó sobre Lima y otras ciudades”. En 2013, con la experiencia que solo trae el tiempo, Montoya remarca las palabras de Valcárcel sobre la toma de Lima por los andinos: “Ya en el retiro, (Valcárcel) vio convertida en realidad aquellas bellísimas frases que oyó en los ayllus del Cusco y reprodujo en su libro ‘Tempestad en los Andes’: ‘La tierra es nuestra’, ‘¿qué vale la tierra sin nosotros?’… Puede verse el parentesco directo de esos gritos de combate con la frase dicha por José María Arguedas como niño-personaje y narrador de cuentos en su libro ‘Que se mueran todos los principales del mundo’ y aquella célebre consigna ‘Cusco, tierra o muerte’, de los campesinos indígenas dirigidos por la Federación de Campesinos del Cusco y por Hugo Blanco”.

Ficción futurista

Basta revisar el libro para notar que en “Tempestad en los Andes” prima la ficción esperanzada de un futuro promisorio más que el pensamiento razonado hacia la construcción de un mundo mejor. En “El tesoro de los inkas” (pág. 44 de la edición facsimilar), cuenta Valcárcel que un tal Alejo Kusirimachi Akostupa Inka conservaba el secreto de los incas: la ubicación del tesoro de sus antepasados. “Cuando llegó a los cien años y ya sus fuerzas declinaban” guió a su hijo Melchor a las misteriosas galerías subterráneas: “Fue en la noche del plenilunio que el secreto se trasmitió, entre las sombras alucinantes que proyectaban, a la luz de la antorcha, las estatuas de oro de los poderosos monarcas del Imperio del Sol… Estas infinitas riquezas que escaparon del pillaje español las utilizará nuestra raza el día que haya salido de los Andes el último blanco”, le dice Alejo a su hijo, quien juró que el secreto permanecería irrevelable. “La tradición vive en los ayllus”, dice Valcárcel, “Ellos, los hijos de Manko K’apak, desheredados hoy, son mil veces más ricos que todos los blancos juntos. Llegará el día en que el tesoro hundido en el arca de piedra de las entrañas del Cusco surja a la superficie. Entonces, no habrá sobre la tierra pueblo más feliz”.


En “Ideario”, el autor expone que “De los Andes irradiará otra vez la cultura”, “En la sangre india están aún todas sus virtudes milenarias”, “La sierra es la nacionalidad” y “El indio es el único trabajador en el Perú, desde hace diez mil años. Levantó con sus manos la fortaleza gigantesca de Sajsawaman… El indio lo hizo todo, mientras holgaba el mestizo y el blanco entregábase a los placeres”.

Esa escisión de la sociedad por colores, colmada de clichés que grafican a grandes rasgos el imaginario de la sociedad de inicios del siglo pasado, esa proclama sirvió para encender los ánimos de un pueblo urgido de cambios, de una gran transformación social que todavía está muy lejos de vislumbrarse siquiera en el horizonte de la historia peruana.


Valcárcel recibe del presidente Fernando Belaunde las Palmas Magisteriales en el grao de Amauta en 1981. Lo acompaña el expresidente José Luis Bustamante y Rivero.

La vida política

Como cuenta Montoya, Valcárcel compartió la cárcel con el historiador Jorge Basadre en la isla San Lorenzo en los 30, tras apoyar la candidatura de Raúl Haya de la Torre, acusado de ser “separatista” por defender los derechos de los indígenas, proclama que escribió para leerla en una conferencia en la Universidad de Arequipa el 22 de enero de 1927.


Esa conferencia en Arequipa marcó un antes y después en la historia de Luis E. Valcárcel. Fue publicada en “Amauta” y podía leerse: “… desde los nombres de sus montes nevados, Misti, Pichupichu, Chachani, hasta los de sus ríos y lugares de recreación, Chili, Uchumayo, Yanahuara, Tingo, Paucarpata, el keswa (quechua) dejó en sus voces la huella que de los siglos no borran” y “Arequipa es una avanzada del espíritu andino sobre el mar”. 

Tras recapacitar en que lo suyo no era la política, Valcárcel, sin embargo, regresó a ella como ministro de Educación, en 1945, gracia a su amigo el entonces flamante presidente José Luis Bustamante y Rivero, a partir de lo cual demostró su capacidad de gestión al crear el Museo Nacional de la Cultura Peruana, el Museo de Arqueología y Etnología de San Marcos, los Institutos de Etnología y Arqueología, el Instituto de Geografía, el Instituto Indigenista Peruano y la Dirección de Folklore del Ministerio de Educación, entre otras iniciativas importantes.


(a) LEV en la Dirección del Museo Nacional de la Cultura Peruana, en 1964. (b) Nueva edición con prólogo de Rodrigo Montoya.

La originalidad de Valcárcel

Montoya expone ocho originalidades en la obra de Valcárcel. Entre ellas se encuentra el haber presentado a los indios como “rebeldes, capaces de defenderse, de cuestionar el orden colonial de los hacendados y sus aliados políticos y religiosos y de tomar decisiones propias y autónomas para afirmar algunos de sus derechos”.


Otra de las características de “Tempestad en los Andes” es la revaloración de lo andino en el pasado y el presente como un elemento decisivo para el futuro del país, además de remarcar la idea de que “La tierra es nuestra” y propugnar a los indios como los gestores de su propia liberación, llegando a coincidir con Mariátegui en este punto.

Las ahora esperadas escuelas bilingües ya habían sido inventadas en su tiempo: en su gestión ministerial fueron creados los Núcleos Campesinos. La originalidad de su vida fue premiada con el galardón “Rafael Heliodoro Valle” al más destacado historiador latinoamericano, y celebrada con una postulación al Premio Nobel de la Paz en 1982. Falleció en 1987, sufriendo la verdadera tempestad del primer gobierno aprista.

Marco Fernández
Redacción

Fuente: Diario La Primera. 22 de octubre del 2013.

sábado, 22 de junio de 2013

“Historia de las ideas en el Perú contemporáneo” y “¿Existe una filosofía de nuestra América?”, de Augusto Salazar Bondy.

AUGUSTO SALAZAR BONDY


Por: Pablo Quintanilla (Filósofo)

El Fondo Editorial del Congreso de la República y el Banco Central de Reserva del Perú han tenido el acierto de reeditar, después de casi cincuenta años, dos clásicos del pensamiento peruano. Se trata de la “Historia de las ideas en el Perú contemporáneo” y “¿Existe una filosofía de nuestra América?”, de Augusto Salazar Bondy.

Ambos son libros fundacionales. El primero, publicado originalmente en 1965, es una de las mejores historias de la filosofía peruana sobre el período que va desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX. En él, su autor reconstruye la dialéctica de las ideas desde la llegada a tierras peruanas del positivismo europeo –especialmente Comte y Spencer– a través de Gonzáles Prada, Javier Prado, Jorge Polar y algunos otros, pasando por el cuestionamiento que el positivismo recibió de parte de los miembros de la llamada generación de 1920, como Alejandro Deústua, Mariano Iberico y Pedro Zulen, hasta arribar a los filósofos peruanos de la década del sesenta. El libro de Salazar Bondy no solo contiene información relevante para entender el período que aborda sino, lo que es menos usual pero igualmente valioso, presenta una tesis acerca de las razones por las que la filosofía peruana adquiere ese devenir y establece importantes conexiones con los desarrollos sociales y políticos, que son indesligables de los procesos intelectuales.

Así como Hegel decía que la filosofía es su propia época hecha pensamientos, Salazar se proponer mostrar el contexto social, político y económico que se cristaliza en las ideas que varias generaciones de intelectuales peruanos enseñaron y publicaron, y de las cuales, en un importante sentido, nosotros somos un producto directo. Más allá de si uno coincide o no con las tesis de estos filósofos, y con la tesis global del propio Salazar, es indiscutible que estas ideas reflejan una realidad social e intelectual de nuestro país que debe ser estudiada y conocida.

“¿Existe una filosofía de nuestra América?”, publicado en 1968, es uno de los textos fundacionales de lo que se llamó “filosofía latinoamericana de la liberación”, y en su momento tuvo mucha influencia en diversas áreas de la cultura. La propuesta central de ese libro es que, durante mucho tiempo, la filosofía latinoamericana no ha sido una instancia de reflexión sobre la realidad latinoamericana sino que ha tenido un rol de justificación ideológica de relaciones de dominación. Uno puede estar o no de acuerdo con esa afirmación, pero sin duda se trata de una aseveración clara y precisa que hay que tomar en serio, sea para objetarla o para defenderla argumentativamente. Después de medio siglo, pienso que, aunque en su momento se publicó mucho sobre el tema, los debates estuvieron demasiado cargados ideológicamente y con frecuencia carecieron de verdadero rigor intelectual. Algunos creen hoy que el tema está zanjado y superado, lo que considero un error. Por una parte, a menudo las preguntas filosóficas son revisitadas años después con una mirada más objetiva, lo que permite encontrarles ángulos que originalmente podrían haber pasado desapercibidos. Por otra parte, me parece que hoy como nunca –tanto en Perú como a escala global– la cuestión sobre las relaciones entre la cultura, la educación y el modelo económico imperante de una sociedad, es importante y hasta apremiante. Hay que volver a formularse esa compleja interrogante, que muchos creyeron estaba ya superada. Quizá una buena manera de hacerlo sea releyendo a Augusto Salazar Bondy. Que sean precisamente el Congreso del Perú y el Banco Central de Reserva quienes nos den esa posibilidad es algo particularmente valioso y merecedor de gratitud.

Fuente: Diario 16. 13 de junio del 2013.

martes, 19 de febrero de 2013

Haya de la Torre y la aplicación de la teoría del espacio-tiempo histórico.


VÍCTOR RAÚL: EL HOMBRE Y LA TEORÍA


“Recuerdo que en un deslumbrante amanecer estival sobre el Volga anchuroso, lo vi todo así con aureolas de espectro. Y aunque mirajes tales no sean frecuentes en otras latitudes, convengamos en que siempre las auroras transfiguran, tiñen y nimban fantásticamente la visión de las cosas”
Víctor Raúl Haya de la Torre, 1936

Por: Daniel Parodi (Historiador)

De mi recargada agenda me apena no poder leer todo lo que quisiera a Haya de la Torre, por quien profeso una profunda admiración. Pero en enero hallé tiempo para disfrutar de una deliciosa compilación de sus relatos de los viajes que realizó por América y Europa. Esta se titula “Nuestra América y el mundo” y fue publicada en 1961.

En Nuestra América…Haya nos describe los glaciares del mar del norte y la aurora boreal danesa, pero en las entrelíneas de sus gráciles apuntes geográficos se atisba un político dejándonos pistas de su pensamiento. Quizá la idea fuerza que nos entrega Víctor Raúl es que su doctrina no se expresó en un conjunto de dogmas inamovibles, más sí en un depurado modelo de análisis de la sociedad, que se construye sobre la base de conceptos teóricos que solo funcionan cuando actúan en conjunto.

Su punto de partida es el marxismo. Marx dividió la historia de la humanidad en modos de producción, en orden, el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo y el comunismo. Lenin, a su turno, añadió el imperialismo como etapa final del capitalismo. Haya, por su parte, le dio una mirada latinoamericana al desarrollo histórico marxista y apuntó que en nuestro continente el imperialismo era la primera etapa del capitalismo porque aquel era la manera como este se presentaba en nuestra realidad.

Entonces, ya poco le faltaba para alcanzar la tesis del espacio-tiempo histórico. En ella concreta su idea de que los tiempos históricos no son los mismos en los diferentes escenarios geográficos del planeta, a pesar de la simultaneidad del tiempo cronológico. Por ello sostiene que políticas que funcionan en Europa podrían no hacerlo en América Latina. Subyace bajo estos planteamientos la dialéctica hegeliana, que Marx aplicó a su idea de que el cambio en la historia lo impulsa la lucha de clases. Haya recurrió a la dialéctica de manera menos dogmática y dedujo que cualquier sistema debía encontrar su negación y ser superado, incluido el comunismo.

En tiempos de utopías deterministas y grandes “verdades teóricas”, Haya se adelantó a la crisis de las ideologías y pensaba que la teoría debía adaptarse a la realidad y no al contrario. Creía que el hombre no podía controlar las fuerzas que ocasionan el cambio social, ni predecir su dirección. Por ello debía adecuarse permanentemente a revoluciones espontáneas e inesperadas .

Al concluir nuestra lectura, nos quedó la sensación de que los relatos de Haya, separados unos de otros por largo tiempo, nos enfrentan al mismo investigador aplicando sus instrumentos de análisis a realidades diferentes. En 1924, Haya nos describe la joven URSS. Su reflexión atisba la teoría que modelará con el paso del tiempo: “Es menester analizar las diferencias reales y las analogías aparentes”.

En 1960, en la madurez de su pensamiento, aplicará a la polémica entre Moscú y Pekín la versión más depurada de su aparato conceptual. Ante la insistencia pekinesa de iniciar una guerra internacional contra el imperialismo, inevitable según Lenin, Nikita Kruschev declaró que no había que seguir a Lenin al pie de la letra, lo que remeció al mundo socialista. Haya comentó entonces, acertadamente, que Kruschev “no ha hecho sino aplicar a su política el principio dialéctico de la negación marxista, según el cual no hay verdades definitivas capaces de sujetar a un prefijado itinerario el acaecer histórico (…) esta ley no excluye ni al marxismo, ni al leninismo”. 53 años nos separan hoy del día en que Víctor Raúl escribió estas palabras, y 23 de la caída del mundo socialista que validó su tesis sobre la imposibilidad de sujetar la historia a derroteros deterministas.

La Indoamérica actual pareciera distinta de la que conoció Haya de la Torre. Pero despejado el haz de luz de la aurora noventera, subsiste un continente tecnológicamente atrasado e incapaz de transformar su matriz productiva para enfrentar competitivamente al primer mundo. Así pues, nuestro espacio-tiempo histórico se adviene aún a las constantes del pensamiento de Haya que siempre acompañaron su teoría del cambio: la justicia social y la izquierda democrática, la necesidad de obtener del imperialismo los capitales y tecnología para desarrollarnos, y de constituirnos en foros multilaterales y mercados comunes para ser más competitivos .

A 118 años de su nacimiento, es imprescindible despolitizar a Haya para instalarlo en la acogedora estancia de la historia. Allí podremos otorgarle el lugar que mezquinamente le seguimos negando: el del gran filósofo-político latinoamericano del siglo XX.

Fuente: Diario 16 (Perú). 19 de febrero del 2013.

Recomendado: El Legado de Haya. Daniel Parodi.

Pedro Zulen, filosofía y acción político-social.


Pedro Zulen

Por: Pablo Quintanilla (Filósofo)

En la Lima de 1889 nació un niño llamado Pedro Zulen, descendiente de inmigrantes chinos y de criollos pobres con una humilde educación formal. Pedro, que era brillante, ingresó a la Universidad de San Marcos, donde estudió ciencias naturales, matemáticas y filosofía. Con los rasgos característicos del genio (curiosidad por todo, pensamiento claro y preciso, capacidad para distinguir lo profundo de lo trivial), obtuvo una beca de la Fundación Carnegie para estudiar filosofía en la Universidad de Harvard. Zulen fue uno de los pocos peruanos de aquella época que obtuvieron becas para estudiar en el extranjero, otros fueron Pedro Paulet y José Carlos Mariátegui, quienes ganaron sendas becas otorgadas por el Estado peruano para estudiar en Europa. Como es conocido, los tres transformaron la vida intelectual de nuestro país.

Zulen no pudo quedarse mucho tiempo en Harvard, pues sufría de tuberculosis, una enfermedad de pobres que acabaría con su vida en 1925, a los 36 años. Siendo muy joven, sin embargo, publicó dos de los mejores libros de filosofía escritos en el Perú: “La filosofía de lo inexpresable”, en 1920, que es una aguda crítica a Henri Bergson, y “Del neohegelianismo al neorrealismo”, en 1924, una discusión histórica muy bien elaborada de la filosofía hegeliana británica y estadounidense de fines del siglo XIX, aquella en la que se formó Bertrand Russell, y su desplazamiento hacia comienzos del siglo XX a una forma de realismo que derivó, primero en el pragmatismo de Charles Peirce y Josiah Royce, y luego en la filosofía analítica. Ambos libros muestran lucidez, erudición creativa y rigor intelectual.

Ya en 1909 Zulen había sido uno de los fundadores de la Asociación Pro Indígena, de manera que lograba combinar la finura intelectual con una genuina responsabilidad social y política. Quizá fuera Zulen el más brillante y adelantado de los filósofos peruanos de aquella época, que también albergaba a Javier Prado, Jorge Polar, Alejandro Deustua y Mariano Iberico, entre otros. Esa generación se formó en la escolástica de San Marcos, pero también en el positivismo de origen francés e inglés, con Comte y Spencer, aunque rápidamente lo abandonó para abrazar la filosofía de Bergson, que se solía denominar “espiritualismo”, “intuicionismo” o “vitalismo”. Zulen siguió ese tránsito, pero también abandonó a Bergson para interesarse por el neorrealismo de Royce, que fue la versión más temprana del pragmatismo estadounidense.

Es de suponer que si Pedro hubiera vivido el tiempo que le hubiese correspondido, habría realizado algunos de los mayores aportes a la filosofía latinoamericana del siglo XX, pero la pobreza no lo hizo posible.

Fuente: Diario 16 (Perú). 07 de febrero del 2013.