Por: Nelson Manrique (Historiador)
Existe una manera de abordar la objetividad en la investigación social que goza de una amplia aceptación. Esta consiste en declararse “neutral” frente a aquello que se estudia; así –según este razonamiento– los juicios que uno suscribe no serán distorsionados por sus simpatías o antipatías, por sus amores y odios. De aquí se desprende un corolario que guía la reflexión de numerosos investigadores: lo ideal es ubicarse en el justo medio.
Un primer problema de esta opción es que alimenta un pensamiento parasitario: quien escoge el término medio asigna una posición a las ideas existentes en plaza (radicales o conservadoras, progresistas o reaccionarias, etc.) para luego buscar ubicarse en una posición equidistante de ellas. Esta es una fórmula segura para la mediocridad: nos protege de cometer grandes errores, pero nos vacuna igualmente contra los grandes hallazgos.
El segundo problema, con mucho el más importante, es que la “neutralidad” en la investigación social es una ilusión. Como escribí en un artículo anterior, los seres humanos–incluidos por supuesto los investigadores sociales– somos producto de, y estamos contenidos en, la sociedad que pretendemos comprender. No somos pues un sujeto cognoscente situado fuera e independientemente del objeto que estudiamos sino somos su hechura. El idioma que hablamos, la identidad social que nos define (nacional, étnica, religiosa, de clase, etc.), las categorías con las que intentamos conocer el mundo, las ideologías, imaginarios, representaciones que adscribimos, etc., son hechos sociales que existen desde antes de nuestro nacimiento. Por otra parte, nacer en un hogar acomodado o en uno pobre, en la ciudad o el campo, dónde se estudia, tener por lengua materna el castellano, el quechua o el asháninka, etc., va a influir en la forma cómo vemos el mundo. A ello añadiremos nuestras propias experiencias y opciones.
¿Simpatizar con aquello que uno va a estudiar garantiza una buena investigación? No, si, por ejemplo, nos ciega ante las facetas de la realidad que no nos gustan, y esto vale igualmente si detestamos nuestro objeto de estudio. Lo esencial, creo (esto es una cuestión de temperamento), es que nuestro tema sea capaz de apasionarnos; pero esto, claro, es válido para toda empresa humana.
En nuestra forma de conocer, optar o decidir influyen muchos elementos que están por fuera de nuestro control consciente; ese es uno de los mayores hallazgos de las ciencias del hombre. Por eso es ilusorio pretender que por un acto de voluntad podemos ponernos por encima de las solidaridades sociales que hemos forjado, nuestros prejuicios, fobias y simpatías inconscientes, etc., para producir un conocimiento incontaminado. El escritor José Bergamín lo expresó en una frase muy aguda: “Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto (y soy subjetivo)”.
Por eso es ingenua la crítica de quienes creen decir algo muy profundo al atribuir errores al oponente explicándolos por su ideología, sin que se les ocurra que sus propias proposiciones tienen también un sustrato ideológico. El pensamiento más crudamente ideológico cree que la ideología distorsiona la percepción de los demás pero no la de uno mismo, porque uno piensa, limpiamente, “en científico”.
¿Es imposible entonces la objetividad? En las CCSS podemos hablar más bien de grados de objetividad, que pueden ser mayores en la medida en que seamos capaces de poner bajo control nuestros sesgos conscientes e inconscientes. La paradoja es que suele ser más objetivo quien es capaz de poner sus sesgos sobre la mesa en comparación con aquel que ingenuamente cree que no los tiene y que, al no reconocerlos, no puede controlarlos.
La ciencia, por otra parte, se construye en la confrontación de ideas y esta suele desarrollarse mejor cuando quienes participan en el debate son conscientes de sus sesgos y opciones ideológicas. Esa es la gran lección metodológica que brinda Mariátegui en la “Presentación” de sus 7 Ensayos… y que, obviamente, suscribo: “no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano … Es todo lo que debo advertir lealmente al lector a la entrada de mi libro”.
SOBRE LA 'OBJETIVIDAD' Y LA CIENCIA SOCIAL REFLEXIONES SOBRE UN ARTÍCULO DE NELSON MANRIQUE
Por: Gonzalo Gamio Gehri (Filósofo)
Hace Unos días, Nelson Manrique publicó un agudo artículo en La República, titulado La objetividad. Encontré su reflexión oportuna y notable, por dos razones. 1) Porque me parece que – en nuestro medio, particularmente en las generaciones jóvenes – la discusión específicamente epistemológica en las ciencias sociales no es del todo frecuente, a pesar de su innegable importancia. Como diría el politólogo Carlos Pérez, impera el "fetichismo del dato"(y del cálculo). Lo único con lo que se topa uno de cuando en cuando - sobre todo en la blogósfera, pero no exclusivamente allí - es algún comentario raudo y al margen - en realidad, la "puya" ocasional -, que asume por lo general la forma de la suposición, como aquel que asume que la investigación cuantitativa es realmente rigurosa, y que el “ensayo” es un tipo de reflexión simplona y gaseosa (no se plantea - ni se concibe - alguna forma de pluralismo metodológico). O cuando se desliza la idea de que el esquema conceptual proveniente de Lacan o de Foucault es intrínsecamente nocivo para la investigación social, o constituye una herramienta extravagante y artificial cuando se trata de explorar fenómenos nacionales (en contraste, Marx, Althusser y Weber son académicos que parecen tener un DNI peruano adquirido décadas atrás, de modo que su 'pertinencia' no está en discusión). Por lo general, los jóvenes “críticos” antilacanianos y antigenealogistas manifiestan tener un conocimiento discreto de estos autores, así que revelan un evidente dogmatismo, y su ironía resulta vana y demagógica (advierto que no soy partidario de estos pensadores contemporáneos, así que no estoy haciendo agitación y propaganda en su favor).
Esta es un área de investigación teórica y discusión, sumamente rica, y gracias a autores de la talla de Guillermo Rochabrún, Gonzalo Portocarrero, Catalina Romero, Guillermo Nugent y el propio Manrique es que contamos con posiciones interesantes en la discusión epistemológica en el ámbito interno de las ciencias sociales (en torno, p.e., a los límites del modelo positivista, el estructuralista y el marxista); más allá del trabajo de estos notables profesores, el tema como tal permanece casi inexplorado. Pero existe una segunda razón por la cual considero que el artículo es muy sugerente. 2) porque entiendo que estas consideraciones teóricas nacen del debate en torno al último libro de Manrique sobre el APRA, de modo que no se trata de una polémica artificial; ella ha brotado del análisis de una investigación puntual. Algunos interlocutores de Manrique lo han acusado de “falta de objetividad” y han puesto de manifiesto sus compromisos ideológicos para intentar debilitar sus tesis. En la nota que citamos, el historiador describe la objetividad (o el ideal de la objetividad) de la siguiente manera:
“Esta consiste en declararse “neutral” frente a aquello que se estudia; así –según este razonamiento– los juicios que uno suscribe no serán distorsionados por sus simpatías o antipatías, por sus amores y odios.”
Manrique afirma que muchos de sus colegas consideran que es preciso hacer abstracción del propio punto de vista sociopolítico - y asumir una suerte de equívoco "término medio" - a la hora de emprender un proyecto de investigación. Esa actitud constituye un 'primer problema' para el científico social, pues echa a perder una serie de posibilidades de pensamiento y crítica que serían de utilidad para el trabajo académico. Luego pasa al tema de la "neutralidad científica". Quisiera decir sólo un par de cosas muy sencillas sobre este interesante tema de discusión. Uno podría hacer notar que la aspiración a la objetividad no pretende solamente (como señala Manrique en un inicio) poner fuera de la ecuación las afinidades o antipatías del investigador, sino también todo elemento que revele la inscripción del sujeto en el mundo de la percepción finita y del tejido histórico-lingüístico del pensamiento y el juicio humanos. No obstante, el propio autor pone de relieve estas condiciones de la reflexión cuando cuestiona infra el ‘objetivismo’.
“El segundo problema, con mucho el más importante, es que la “neutralidad” en la investigación social es una ilusión. Como escribí en un artículo anterior, los seres humanos–incluidos por supuesto los investigadores sociales– somos producto de, y estamos contenidos en, la sociedad que pretendemos comprender. No somos pues un sujeto cognoscente situado fuera e independientemente del objeto que estudiamos sino somos su hechura. El idioma que hablamos, la identidad social que nos define (nacional, étnica, religiosa, de clase, etc.), las categorías con las que intentamos conocer el mundo, las ideologías, imaginarios, representaciones que adscribimos, etc., son hechos sociales que existen desde antes de nuestro nacimiento. Por otra parte, nacer en un hogar acomodado o en uno pobre, en la ciudad o el campo, dónde se estudia, tener por lengua materna el castellano, el quechua o el asháninka, etc., va a influir en la forma cómo vemos el mundo. A ello añadiremos nuestras propias experiencias y opciones.”
Nuestra inscripción en el mundo de vida (Lebenswelt) configura nuestras categorías y formas de aproximarnos a nuestros objetos de investigación. La red de nuestros pre-juicios permite la elaboración de los juicios. Esta es una tesis que aproxima las reflexiones de Manrique con la tradición fenomenológica-hermenéutica en filosofía (tradición intelectual a la que soy afín). No podemos ‘erradicar’ nuestros pre-juicios – ello vulneraría la posibilidad misma de la comprensión humana -, si acaso “ponerlos sobre la mesa” hacerlos explícitos; purificarlos, por así decirlo, a través del examen crítico.
“¿Es imposible entonces la objetividad? En las CCSS podemos hablar más bien de grados de objetividad, que pueden ser mayores en la medida en que seamos capaces de poner bajo control nuestros sesgos conscientes e inconscientes. La paradoja es que suele ser más objetivo quien es capaz de poner sus sesgos sobre la mesa en comparación con aquel que ingenuamente cree que no los tiene y que, al no reconocerlos, no puede controlarlos”.
Dejemos a un lado – de momento – la cuestión de si la palabra “objetividad” sigue siendo pertinente o no en este contexto teórico, y si todavía resulta motivador imaginarnos observando el mundo desde sus almenas. El asunto fundamental es que la desvinculación absoluta del mundo vital constituye una ficción epistemológica. Los investigadores que suscriben con devoción la doctrina de la rational choice, por ejemplo, también ponen en juego una serie de pre-juicios sobre lo que constituye la “racionalidad científica”: asumen como “evidente” un universo neutral en el que todos los individuos sin excepción son sopesadores de potenciales costos y beneficios y persiguen la maximización eficaz de su satisfacción. Presuponen una ética basada en el cálculo, así como la cuestionable tesis de que nuestros móviles de elección y de acción son homogéneos y conmensurables. Consideran que la 'virtud suprema' es la eficacia. Es ya un lugar común en la crítica de este enfoque reduccionista (p.e., en Amartya Sen, Bernard Williams y Martha Nussbaum) señalar que esas presuposiciones no han sido explicitadas y examinadas en el nivel de los fundamentos. Lo que no es susceptible de cálculo, lo dejan de lado, aunque se trate de elementos relevantes para el discernimiento político. He allí su principal error, la fuente de su ingenuidad y su talante simplificador.
En fin. Este post busca propiciar el diálogo antes que concluirlo. Queda mucho pan por rebanar sobre el que dedicaré futuras entradas (particularmente en torno la idea de 'neutralidad valorativa' en la ciencia política). El texto de Manrique socava positivamente, en todo caso, la vana ilusión de que el investigador de lo social puede elevarse sobre su trasfondo de conceptos, categorías, preocupaciones e intereses para situarse en una especie de Aleph teórico que lo convierta en un espectador privilegiado y neutral que registra ‘hechos desnudos’ y predice conductas. El sueño de hacer de la ciencia social una "ciencia natural". Los esfuerzos por desmontar esa imagen defectuosa de la investigación constituyen ya un avance en esta clase de camino de reflexión. La filosofía lleva ya casi dos siglos desmontando esa noción estrecha de objetividad, aunque ésta reaparece bajo diversas formas, tanto en corrientes puntuales - próximas al positivismo - en el seno de algunas ciencias como en ciertas figuras de la conciencia cotidiana. Artículos como el que comentamos constituyen un aporte valioso en esta fecunda tarea.
Fuente: Blog Política y Mundo Ordinario. Bosquejos Posliberales (Gonzalo Gamio). 28 de enero del 2010.
"Objetividad" y ciencias sociales
Por: Martín Tanaka (Politólogo)
En las últimas semanas aparecieron un par de textos, de Nelson Manrique y Gonzalo Gamio, que discuten el tema de la "objetividad" en las ciencias sociales. Los tres somos profesores universitarios, y esto da pie para un pequeño diálogo interdisciplinario, entre un filósofo, un historiador y un politólogo, que podría ser de utilidad para estudiantes y colegas.
Ambos textos plantean temas interesantes de discusión, y algunos requieren a mi parecer de precisiones, necesarias para evitar confusiones perniciosas. Escribo los comentarios que siguen poniéndome un poco en plan de profesor de metodología de ciencia política, teniendo como interlocutor imaginario a un estudiante de la especialidad. Aclaro que si bien la metodología no es mi campo principal, sí lo es la investigación, por eso he tenido a mi cargo seminarios de tesis en los últimos semestres.
Fuente: Blog Virtú e Fortuna (Martín Tanaka). 01 de febrero del 2010.
Empiezo por la idea principal que quiero transmitir. Estoy totalmente de acuerdo con que el "conocimiento objetivo" es una quimera; pero la conclusión que debemos sacar de ello es que precisamente por eso en la investigación debemos esforzarnos al máximo por ser rigurosos y por seguir un método, de modo que nuestros planteamientos estén bien fundamentados, evalúen los temas de estudio con criterios y unidades de medida justas, se sostengan en evidencia recogida sin sesgos, siguiendo un protocolo, y sean verificables, contrastables, falsificables, sometibles a crítica, es decir, esforzarnos por reducir lo más posible el margen para la subjetividad y la arbitrariedad. Aún así, debemos siempre ser humildes, porque nunca lograremos evitar del todo sesgos, supuestos no examinados, escapar de múltiples determinaciones sociales, epistemológicas. El problema es transmitir el mensaje de que, como la objetividad no existe, solo existe la subjetividad, y por lo tanto todos estamos autorizados a decir lo que nos de la gana y a defender aquello en lo que creemos sin ningún control. Mi experiencia personal es que, aunque parezca exagerado, este riesgo es mucho más grande de lo que uno supondría en nuestras ciencias sociales.
Pasando al texto de Manrique: partiendo de lo anterior, es que pienso que el investigador sí debe tratar de ser lo más "neutral" posible, entendiendo por ello el estar totalmente abierto a que los datos de la realidad no correspondan con nuestras preferencias o deseos, o con nuestras hipótesis iniciales. Es más, el diseño de investigación debe favorecer la probabilidad de falsear nuestras hipótesis, no verificarlas, para así darles más robustez. Yo pienso que en nuestras ciencias sociales el vicio más recurrente en el que caemos es querer acomodar la realidad a nuestros deseos, opciones políticas o simples prejuicios, antes que cualquier otro. Esto se explica porque venimos de una tradición de excesiva politización, mal entendida. Atención que no pienso que sea realista ni deseable una concepción de "neutralidad" como vaciada de principios, valores. Hacemos ciencia social desde un compromiso con valores como la libertad, la democracia, la equidad, el pluralismo, la diversidad cultural, la honestidad científica, la búsqueda del conocimiento, etc. Pero nuevamente, debemos estar siempre abiertos a que la realidad no se ajuste a nuestras preferencias y a que nuestro "conocimiento" sea siempre provisional y debatible. Lo que sí me parece muy complicado es hacer ciencia social y manejar adhesiones partidistas específicas; complicado, no imposible.
De otro lado, Manrique plantea una discusión sobre el justo medio, y la plantea mal: el justo medio desde Aristóteles no es asumir equidistancia entre las posiciones "existentes en plaza". Es buscar la posición correcta entre extremos definidos en el terreno teórico, o principista. Cuando Aristóteles dice que la valentía es el justo medio entre la cobardía y la temeridad no construye los extremos viendo las posiciones de otros, sino considerando tipos de respuesta ante situaciones amenazantes. Quien sigue el justo medio nunca se rige por lo que hagan o digan los demás; por el contrario, al definir su posición principistamente, es un referente para los demás. Y el punto medio no implica equidistancia: la valentía está más cerca de la temeridad que de la cobardía. Manrique cae en el viejo vicio de caricaturizar las posiciones contrarias para así rebatirlas fácilmente. Sobre estos temas algo he comentado antes, ver: http://martintanaka.blogspot.com/2006/10/el-justo-medio-en-aristteles.html
Respecto a Gamio; de acuerdo con que hay que ser riguroso siempre, se sigan metodologías cuantitativas o cualitativas, se escriba un ensayo generador de hipótesis o se realice una investigación acotada que busca verificar la verdad o falsedad de un enunciado o hipótesis concreta. Si yo dictara un curso de metodología, empezaría con algunas sesiones de epistemología, y concluiría lo mismo que Gamio; la "objetividad" es una quimera. Pero como dije antes, la conclusión de ello es la necesidad de ser riguroso y de controlar la subjetividad y las preferencias del investigador, y de seguir un modelo "humilde" de conocimiento científico, hacer explícitos y transparentes nuestros supuestos para estar atentos a sus límites, como dice Gamio.
De acuerdo también con que nuestras ciencias sociales deben ser plurales en cuanto a enfoques, metodologías, teorías, etc. A los autores hay que leerlos, conocerlos y aprovecharlos en todo lo que se pueda, nunca descartarlos de saque. Sin embargo, Gamio puede caer sin proponérselo en el error que critica, con una suerte de descalificación de la teoría de la elección racional. Estoy de acuerdo con que hay "versiones extremistas" de esa teoría, pero atención que eso se puede decir de cualquier teoría. Y también hay versiones razonables, de las que podemos aprender mucho. Debemos sacar provecho de las mejores versiones de las teorías, no de las peores. Escribí algo sobre esto hace algunos años, "Individualismo metodológico, elección racional, movilización de recursos y movimientos sociales: elementos para el análisis". En: Debates en Sociología, nº 19. Revista de la Facultad de Ciencias Sociales de la PUCP. Lima, 1994. Un autor que a mí me gusta mucho, y que es un magnífico ejemplo de alguien que parte de la teoría de la elección racional para dar cuenta también de sus límites es Jon Elster. Ya he recomendado antes su lectura, ver: http://martintanaka.blogspot.com/2009/05/jon-elster.html
La teoría de la elección racional es una teoría muy importante en la ciencia política, junto con muchas otras. Es parte de nuestra tradición disciplinaria, y hay que reivindicarla como tal. Cuando dicto cursos de teoría en ciencia política, suelo decir que lo que me parece más sabio es definir la utilidad de las teorías según los temas de investigación, antes que cualquier otra cosa. Y son nuestros intereses de investigación los que nos harán simpatizar más o menos con un enfoque teórico; así, esa preferencia no es fruto de ninguna "superioridad ontológica", es simplemente resultado de nuestra especialización y de nuestra particular forma de ver el mundo. Felizmente quedaron atras nociones como que "no estaría bien" ser funcionalista (o especializarse en la teoría de la elección racional) por su epistemología individualista; del mismo modo que es absurdo pensar que "no estaría bien" ser marxista por su colectivismo. Toda teoría tiene elementos valiosos que debemos aprovechar según nuestros intereses de investigación, y todas tienen puntos ciegos y limitaciones que debemos intentar compensar echando mano de otras herramientas. Así, las teorías deben ser pensadas como "fuente de preguntas", antes que como "fuente de respuestas" como solía muy bien decir Guillermo Rochabrún en sus clases de teoría sociológica. Buenas teorías, o un buen uso de las teorías, abren buenas preguntas y marcan pistas útiles, fructíferas, de investigación. Las respuestas, siempre parciales, las da la investigación empírica rigurosa.
Nota:
Comentario de Gonzalo Gamio
Muy buen post, y estoy de acuerdo casi en todo; discutamos un poco más la idea de neutralidad. Si es sólo vocación de 'imparcialidad', concuerdo contigo, pero en la idea ilustrada y postilustrada de neutralidad hay una aspiración a la figura de un sujeto desvinculado.
Por si acaso, no discrepo con la teoría de la elección racional por su individualismo, sino porque asume una concepción / reconstrucción endeble de la deliberación y el deseo humanos. Presupone que las elecciones y los deseos son conmensurables. Por eso - en determinadas versiones - pretende "predecir objetivamente" conductas. (cfr. el clásico ensayo de A.K. Sen "Rational fools" y otros).
Dedicaré posts ulteriores al tema, diacutiendo a Posner en el ámbito de la justicia, y otros.
Fuente: Blog Virtú e Fortuna (Martín Tanaka). 01 de febrero del 2010.
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